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En algún momento pensé que todo esto sería imposible. Creí que la inesperada caída emocional de tantos afectaría todo, a todos. Hoy veo la cosecha y no solo observo un maizal: aprecio la primera lágrima, el despertar y sentir que todo inicia en cero en ese momento, que hay mucho que hacer, bastante que perder y demasiadas cosas que solucionar. Cuestiono la inexplicable razón de por qué asumir todo uno, si es de todos. Siento el vacío que queda entre tanta tierra, como cuando el único amo se va y todo queda en silencio. Creo oir la vacada mugiendo porque no sabe donde está el ordeñanor.

Y entre tanto y todo, te veo a ti y te admiro. Y veo un conuco, el pasar de tierra seca a mojada, de marrón a verde, de bien a mejor.

No es solo maíz, es trabajo ganado quizá en el momento más crítico de la vida, de la familia, del país, del mundo que está al revés. Yo visualizo cordura, paciencia, honestidad. Te veo a ti y detrás veo al amo que vuelve y sonríe porque todo está como lo dejó. Y lo veo irse otra vez, pero esta vez feliz, con los ojos aguados, con la misma lágrima del primer despertar en el que no te abrazó, en el que no te dijo que no te preocuparas. Lo veo reirse y tallarse la cabeza, sin preocupaciones, sin cuestionamientos. Él confiaba en ti cuando más dudaste que podías.

Qué orgulloso me siento de ti.